Hotel Sidney, Ammán, Jordania
El día de hoy, haremos una de las operaciones más delicadas de todo el viaje: haremos el cruce de frontera terrestre entre Israel y Jordania. Cierto es que la pragmática Jordania es de los muy pocos estados árabes que admiten la existencia del Estado de Israel y que no propenden por -literalmente- echar a los judíos al mar; pero, de todos modos, en el actual ambiente, es arriesgado hacer el cruce de frontera a través de Cisjordania, precisamente el punto más cercano entre Jerusalén y Ammán; ya que Eilat -el otro cruce- se encuentra mucho más al sur, cercano ya a Petra.
Tomamos un autobús en la terminal de Jerusalén; y ya en él, una chicha muy amable nos señala la mejor parada para tomar el taxi que nos lleve a la frontera. Tomar el bus, como habíamos pensado, no era una buena idea; ya que éstos salían desde Jericó- en Palestina-
y son sometidos a la requisa exhaustiva del Ejército Israelí.
Abordamos el taxi y hacemos el cruce fronterizo hacia la “zona de nadie”. Es un puesto fronterizo sencillo, en el cual pagamos un impuesto de salida (¡sorpresa!) y, a falta de pasaporte que sellar, nos sellan el recibo del impuesto; quedando ya habilitados para hacer el cruce hacia el puesto jordano.
Debemos esperar cuatro horas en medio del calor y de la población de moscas más sorprendente a que, por fin, llegue el bus que nos lleva al puesto fronterizo jordano. Ponemos nuestras pertenencias en el baúl del mismo, y enrumbamos hacia el cruce jordano. Una vez allá, un empleado se lleva los pasaportes de los pasajeros, para horror nuestro; y nos insta a apersonarnos en las taquillas de inmigración y recoger nuestro equipaje.
Comienzan a repartir sacos y tulas a quienes estaban allá; pero nada que pasaban los nuestros a pesar de estar visibles. Mi hermano les pide el favor de que le pasen nuestro equipaje, pero no obtiene respuesta. Tras un “dulce” “Are you deaf?” (“¿Está sordo?”) proferido por su parte y una cara mía de pánico al recordar que no tenemos en ese momento pasaporte, obtenemos nuestras mochilas y vamos a las taquillas.
Nos devuelven nuestros pasaportes con el correspondiente sello, y somos libres de partir hacia Ammán. La imposibilidad de retirar en un cajero del puesto fronterizo hace que nos toque tomar un taxi, decirle que por favor pare en un cajero para poderle pagar, y por fin llegar a Ammán. Valga decir que nuestro hotel es en realidad un hostal, localizado en el centro de la ciudad.
Aunque al principio nos sorprendemos y reímos ante el cambio en las circunstancias, realmente considero que está muy bien situado; ya que está en la zona del centro, y podemos conocer al menos una parte de Ammán esa noche, después de Jerash pero antes de salir al día siguiente para Petra.
El administrador del hotel -al que me seguiré refiriendo por el alias del Buda- nos recibe, y comenta lo afortunados que fuimos al hacer el cruce en “sólo” cuatro horas. En ocasiones, nos comenta, varios de sus huéspedes han tenido que esperar entre 8 y 12 horas para poder llegar a Ammán.
Sorprendidos, le comentamos que no nos lo esperábamos, ya que hay cruces de frontera mucho más eficientes. Sonríe, y nos pregunta qué queremos hacer. Comer, le decimos; e ir a Jerash. Para lo primero, nos sugiere un restaurante cercano donde, nos dice, suele comer el Rey del país; y para lo segundo, nos ofrece un conductor que nos lleva a Jerash y nos deja en la ciudadela -cercana al hotel- por un muy buen precio. Lo tomamos, acordamos una hora de ida y nos vamos a comer.
Efectivamente, encontramos el lugar donde come el rey. Es un restaurante sencillo que se sitúa en una bocacalle del sector comercial de la ciudad. No se engañen con la sencillez: vende una comida deliciosa; y tiene unos precios mejores que la comida: sánduche de falafel a 0.50 JD y gaseosa a 0.75 JD son ciertamente una ganga en un país cuya moneda es de tipo petrolero, por lo que 1JD es equivalente a 1.1 €, Así pues, la moneda es cara pero el costo de vida es muy, muy barato…
Mientras, se hace hora de volver al hotel para ir a Jerash. Al llegar nos sorprendemos por el tamaño de lo que fuera, en su momento, una de las grandes ciudades caravaneras del Medio Oriente. Su recorrido comienza en el Hipódromo más grande que ha visto, hecho de roca caliza y que aún se usa como entretenimiento para propios y extraños, contiguo al Arco hecho para el viajero emperador Adriano.

Hipódromo, Jerash
Sigue gracias a un enorme Cardo que la atraviesa, cuyas columnas tienen el ancho de un hombre (las medimos , como se ve en la foto) y se pierde en la lejanía del Templo de Afrodita, al cual se llega después de una caminata de alrededor de un kilómetro desde el Templo de Zeus y la Monumental Plaza Oval.

Esta plaza, la principal en este asentamiento, es tan enorme que no alcanza a ser fotografiada en su totalidad sino por medio de fotografía panorámica. Cansados tras el dí
a, nos vamos de Jerash y decidimos conocer la zona de Ammán cercana a nuestro hotel/hostel.
Resulta que el hotel está en una zona muy animada del Centro de Ammán, para nada insegura (no he sentido inseguridad en ningún momento a lo largo de este viaje) y donde podemos disfrutar además viendo el paisaje humano de la ciudad. Me sorprende ver la similitud de los trajes típicos de las mujeres jordanas con los de las mujeres rusas: usan las mismas combinaciones de colores, junto con los mismos tipos de puntada -punto de cruz- de costura en su ropa.
Comemos de nuevo en el restaurante del Rey, y compramos algunas artesanías jordanas, simplemente hermosas. Al llegar al hotel, el Buda nos pregunta si estaríamos interesados en ir a Petra mañana en una van en la que van varios de los huéspedes, por un precio muy similar al del bus que tomaríamos; hasta el cual, además, hay que llegar, ya que se toma en la terminal de buses de Petra.
Aceptamos, y nos preparamos para el próximo día conocer uno de los mayores tesoros de la Humanidad.