Hotel Ramsés Hilton, El Cairo
Es hora de confesar un miedo que me ha acompañado durante toda mi vida: siento terror de utilizar caballos o, ya que estamos, cualquier medio de locomoción animal. Desconfío profundamente de ellos. No sé con seguridad cómo funciona su cabeza ni cómo van a reaccionar frente a problemas u obstáculos; ni mucho menos cómo voy a reaccionar yo al verme en estado de indefensión sobre un caballo encabritado. Suelo, por esto, preferir un medio de transporte donde el único cerebro involucrado sea el de un ser humano.
Sin embargo hoy fue la excepción, ya que fui muy cordial y sutilmente sugestionada/chantajeada emocionalmente por Pipe para acompañarlo en su camello -un jamelgo llamado Valentieno – en un paseo por la necrópolis de Giza.
Me monté (me montaron) con reticencia y tras mucho insistir, pero justo cuando menos lo pensaba o lo esperaba, Valentieno comenzó a ponerse en pie levantando sus patas traseras y tirando a sus dos jinetes hacia adelante.
Quedamos en ángulo de 45 grados. El terror: nos vamos hacia adelante… horror….. me voy a caer… me voy a lastimar… estoy hiperventilando… no… puedo… más… … … … …
El grito duró mientras el camello terminaba de ponerse en pie y resonó en toda Giza, para risa de mi hermano (quien creo que me lo recordará toda la vida) y sorpresa del camellero, que con seguridad habrá visto gente nerviosa pero ciertamente no fóbica y menos en semejante trance.
Siguieron las fotos de rigor para ocasión tan solemne y comenzamos el paseo, que habría de durar media eterna hora, por la meseta de Giza hasta el punto preciso en que se toman las imágenes de postal de las pirámides, las cuales están mucho más separadas de lo que nuestros ojos pueden suponer.

No en vano dijo Napoleón esa gran declaró al verlas: ” Soldados, veinte siglos de historia nos observan!”.
Estas sorprendentes construcciones, convidados de piedra a la Historia de su país y del mundo, han visto pasar el tiempo, las personas, los pueblos, los imperios, la guerra y la paz. Sus austeros ángulos recuerdan el conocimiento arcano de su civilización, y su gran sabiduría matemática y astronómica expresada de la forma más sencilla, con un monumento de suave caliza cuyos lados se elevan al cielo hasta converger en un solo ángulo que señala al cielo, a los dioses; y que buscaba la inmortalidad de su pueblo, su país y su civilización a través de la inmortalidad del alma del propio faraón.
Cerca de allá está la enigmática esfinge. Sus patas de león envuelven la Estela del Sueño, muestra del agradecimiento de un rey a la criatura, a quien desenterró de las arenas del desierto donde el olvido la había ido desterrando paulatinamente.
La sensación de grandeza que nos envolvió brevemente en Giza resultó un agudo contraste frente al caluroso, superpoblado, sucio y francamente anticuado sistema de Metro del Cairo. Ciertamente es barato, cubre grandes distancias sin ser interrumpido por el tráfico denso de esta ciudad y le presta un favor a -literalmente- millones de personas, pero en mi opinión no es la mejor opción para un turista a no ser que esté escaso de fondos.
Nuestro destino: el famoso barrio Copto del Cairo, un remanente de aquel Egipto que fue cristiano antes que todos, en un país que el día de hoy es mayoritariamente musulmán.

Inmediatamente nos bajamos de la estación, encontramos el Museo Copto, situado frente a los restos de la Fortaleza de Babilonia, que protegía al Cairo. El Museo contiene una gran colección de artefactos, iconos, frescos y textiles de procedencia copta. Es francamente enorme; mucho más de lo que, admito, esperaba en este lugar.
Lo que más admira de su amplia colección es que cuenta con frescos de monasterios en el desierto, los cuales datan de los siglos VI y VII d.c. en perfecto estado de conservación. Parece como si hubieran sido pintados ayer!
Como el hambre apretaba y ya estaban por cerrar el museo, terminamos el recorrido y buscamos qué comer por la zona. Encontramos en una calle apacible en ángulo recto con la del Museo hay restaurante llamado Egyptian Foods. Sus precios son económicos, y aunque son algo demorados en el servicio, la calidad de la comida que sirven vale la pena la espera.
Pudimos entrar en una iglesia copta y escuchar su rezo del rosario, en un lugar oscuro y tranquilo en medio del sol egipcio donde ni se sintió pasar el tiempo. La parte principal del barrio está justo al lado de la estación del metro y cerca de la estación de policía del barrio, por lo que es una parte limpia. No recomiendo salir del enclave, ya que no hay nada más que ver, y se vuelve a ver la basura y el caos que se padece, en mayor o menor medida, en todo El Cairo. Aquí no hay excepciones.
Tomamos el metro y regresamos al hotel justo a tiempo para el anochecer y para comprar nuestra cena y bebidas para el día siguiente.