Para continuar la novela de amor que tenemos con El Cairo, hoy se dañó la ducha del hotel y nos quedamos sin bañar justo el día en que íbamos al desierto a visitar la necrópolis de Saqqara.
Para llegar allá hay que salir (esta vez sí) del Cairo, y adentrarse un poco en la campiña egipcia. Repentinamente, el gris da paso al verde de los cultivos de caña y los palmerales, pues es época de cosechar los dátiles. La vida toma un paso más lento, y parece girar en torno a los cultivos y los canales de irrigación que llevan el agua del Nilo desde los tiempos de los faraones, permitiendo las labores agrícolas en el Valle del Nilo.
Saqqara es el límite entre el verde y el desierto. La tierra negra de Osiris y la Roja de Set, según la mitología egipcia; que le daba al lugar el carácter de sagrado. Fue un detalle profano, sin embargo, el que nos sorprendió a la entrada: el carro de Faris, nuestro guía, era el único en el más que amplio estacionamiento. Según él, éste se mantenía lleno de vehículos sin importar la temporada. Otro indicador del temor que sienten los extranjeros de venir al país, y de las consecuencias que ha tenido no sólo para las familias o los comerciantes; pues el Gobierno también ha dejado de recaudar el valor de las entradas a los museos y yacimientos arqueológicos.
Ya adentro, conocimos la monumental Piráide Escalonada, nos adentramos (literalmente) en las profundidades de la tumba de Teti, no apta para claustrofóbicos; la cual está cubierta de jeroglíficos en sus paredes y estrellas en su techo.
Conocimos más detalles del país en el Imperio Antiguo; así como de los aportes a la ciencia hechos por el Visir y Arquitecto Imhotep (quien en reconocimiento fue deificado) en el Museo del sitio arqueológico, donde encontramos numerosos testimonios de sus aportes a la ciencia, la arquitectura y la medicina egipcias.
De ahí, enrumbamos a Memphis; la otrora capital del Imperio Nuevo, descrita como la metrópolis más suntuosa por los autores griegos y romanos. Oh, decepción!Como mi tía sabiamente nos dijo, tuvimos que “preparar la lágrima” para esto, ya que sólo quedan unos cuantos pedazos de estatuasarcófagos y una estatua gigante de Ramsés II, que es la que hace que valga la pena visitar el sitio. Es una visita secundaria y no es una gran pérdida si no puede hacerse.
Como parte de nuestro recorrido, conocimos los dátiles y los palmerales. Para nuestra delicia (visual) estaban en cosecha, y los racimos de dátiles colgaban de las palmeras, dando visos de amarillo y rojo al verde del paisaje. Faris nos explicó que los amarillos son un poco más simples -ácidos, si se quiere- y que los rojos son más dulces, pues su azúcar está concentrado.
Sin embargo, no sólo hablamos de dátiles en nuestro camino de regreso al Cairo. Faris nos contó cómo continuaba el país en la anarquía, la cual se hace visible para el turista en el desaseo de sus zonas públicas; la inutilidad de los semáforos, apodados “luces de Navidad” por los cairotas; la inexistencia de agentes de tránsito (sólo vimos uno poniendo una multa y dos dirigiendo el tránsito) en una ciudad de ese tamaño; y la proliferación de motociclistas sin casco.
Para nuestra sorpresa, nuestro guía manifestó que antes de la Revolución esas reglas se cumplían; pero que al acabar el régimen dejaron de respetarse y campó la anarquía; y a nadie le importó porque “las vidas son baratas aquí”, refiriéndose a la situación actual de Egipto, que despertó ciertas comparaciones escalofriantes en mi meoria.
Otro punto importante es la seguridad social. Mejor dicho, su inexistencia. Hay que pagar servicios de salud y odontológicos privados, a pesar de que se hacen deducciones de nómina. Y, para rematar, los egipcios no tienen derecho a una pensión una vez llega la edad de jubilarse. Solamente los empleados gubernamentales tienen derecho a ésta, pero el valor de las mesadas no se ajusta por años. Por lo tanto, gracias a la inflación los jubilados pierden una buena parte de su poder adquisitivo conforme pasa el tiempo.Es decir, una vez que un egipcio alcanza la edad de jubilación, sólo puede esperar que le den las gracias y continuar trabajando; o confiar en haber ahorrado lo suficiente como para permitirse una vejez cómoda.
Faris también nos confirmó que el arrume de edificios que describí como “post-apocalípticos”, efectivamente corresponde a construcción pirata; confirmando nuestras deducciones al notar que los edificios se asentaban en calles de tierra.
La cosa es así: los egipcios compran un terreno, en el cual construyen una primera casa. Conforme se va agrandando la familia (sea por una nueva esposa, el matrimonio de un hijo o el cuidado de los padres ancianos) se va aumentando la altura del ahora edificio. Éste puede llegar a tener seis o siete pisos, sobresaliendo de los viaductos que ya mencioné en entradas anteriores y que, honestamente, son mejores que los de Medellín.
Faris nos llevó de hablar acerca de esta precariedad, a conocer una verdadera obra de ingeniería; a la cual perfeccionaron con otra obra de ingeniería: la Ciudadela de Saladino. Para resistir los asedios del rey cruzado Ricardo Corazón de León sobre El Cairo, el Sultán decidió construir una fortaleza. No contento con su solidez y su excelente ingeniería, Saladino quiso resolver el problema del aprovisionamiento del agua…trayéndola del propio Nilo! Lo hizo a través de un acueducto por el que al mismo tiempo abastecía El Cairo y la Ciudadela, llevando el agua cuesta arriba (lo cual consiguió con molinos) y dejándola caer con posterioridad hacia la Ciudadela.
Faris nos dejó en la entrada y debimos caminar hasta la cima, donde había varias mezquitas. En la entrada de una de ellas había una señorita de aproximadamente veinte años a quien sólo se le veían los ojos (porque hasta guantes usaba), que nos invitó a jugar un juego y reclamar un premio, consistente en un caramelo. A continuación, nos preguntó acerca de nuestras vidas, y de qué metas teníamos.
Temiendo la llegada de la Catequesis y viendo incrementarse la impaciencia de mi familia, me apresuré a responder; pero a cada pregunta venía una contrapregunta. Me despedí en cuanto fue posible, y seguimos explorando la Ciudadela. Faris nos recogió puntual como siempre, y nos despedimos de él a las puertas de Khal-el-Khalili, el más importante bazar de Egipto, donde pude conocer y poner en práctica las habilidades descritas en la entrada anterior.