O al menos historias, construidas por la gente que los habita. Este mes, pude disfrutar de do de las excelentes biografías de Edward Rutherfurd, que precisamente apuntan a esta visión constructivista de la historia, tan presente en las novelas corales y generacionales.
Rusia, el primer libro, abarca la historia del país desde las primeras tribus que dieron origen a la nobleza rusa en los tiempos del Rus de Kiev, hasta los turbulentos años noventa del Siglo XX, en que el país luchaba por adaptarse a una transición política y económica.
Rutherfurd describe con agudeza y desenvuelve con soltura a lo largo de su historia fenómenos históricos y sociales tan típicamente rusos como la servidumbre, la burocracia, la autocracia y la religión; amalgamándolos con el grandioso y muy bien documentado trasfondo de la historia rusa, que retroalimenta las historias de las familias protagonistas, que se van entrelazando a lo largo de los siglos, a la par que describe el fenómeno de la creación de la identidad nacional rusa.
Nueva York fue el segundo. La historia de la llamada Capital del Mundo me había parecido toda la vida fascinante; y tras leer el relato de Rutherfurd, mi pulsión por conocer la Ciudad que no Duerme aumentó hasta límites insospechados.
Valiéndose del recurso de narrar la historia de un objeto –el cinturón indígena de cuentas que entrega Pluma Pálida su papá, uno de los primeros colonos holandeses de Manhattan, que pasa como un memento entre los descendientes de estos knickerbocker- Rutherfurd hace discurrir en poco más de novecientas páginas los más de cuatrocientos años de la ciudad: entre Washington, Lincoln, las oleadas de inmigrantes de todas partes del mundo, los cambios sociales y los vaivenes de la economía, la identidad de Nueva York fue tomando forma e impulso frente al resto del país; casi al punto de erigirse como una capital no oficial; al menos para la Costa Este del país y tomar el liderato frente a ciudades más antiguas, como Boston o Philadelphia.
Sobre todo, encontré que Nueva York es una historia de ese espíritu tan propio de la ciudad, como una mezcla de superación y ambición; representado en la historia de las estirpes de esas familias de colonos e inmigrantes que cohabitan diariamente en la Gran Ciudad; y con los que, con seguridad, todos en algún momento de la historia nos sentiremos identificados, porque eso es Nueva York: un melting pot…
…y eso es la historia de la Humanidad, al menos como las muestra Rutherfurd: la suma de todas nuestras tensiones y de todos nuestros esfuerzos humanos; que siempre será superior que las partes.
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