Por fin he traspasado el Umbral a la Eternidad que supone terminar la Trilogía del Siglo, último trabajo de Ken Follett; a quien ya conocía por Los Pilares de la Tierra y Un Mundo sin fin.
Sentí vértigo al, figurativamente, asomarme al filo de la Eternidad; e intentar ver más allá de aquel momento histórico en que un país blanco, conservador y cristiano escoge para liderarlo a un hombre de raza negra, hijo de inmigrantes y criado en un país musulmán; en lo que fue adecuadamente juzgado como un acontecimiento histórico y un salto al futuro
La narración de Follett permite al lector (que lo ha seguido fielmente a lo largo de las más de tes mil páginas de esta trilogía) sentir el peso histórico de las decisiones tomadas por la Humanidad en los últimos cien años; y tomar consciencia de que, muchas veces, dichas decisiones sólo pueden medirse con vidas humanas.
Me sentí comprometida e inmensamente responsable de construir un mejor futuro, al pensar en el peso histórico que soportó la Humanidad durante el Siglo XX; cuando los ligamentos que unían a nuestras sociedades se tensaron como nunca y las estructuras que soportaban a nuestras sociedades sufrieron las peores pruebas.
En el Siglo XX, la capacidad del Hombre para reaccionar e indignarse ante las atrocidades cometidas por sus semejantes fue medida más que nunca; pues al tiempo de que la Humanidad alcanzaba un desarrollo exponencial, retrocedía socialmente hasta niveles de abyección inenarrables.
Llegar a esa mañana fría de enero en Washington, donde las miradas de las estirpes protagonistas convergen después de una evolución de lustros, es poner punto final a esta larga historia con una moraleja: a pesar de todo el horror vivido y todas las pruebas que hubo en el espinoso camino del Siglo XX, la Humanidad como especie tendrá siempre la capacidad intrínseca de levantarse por encima de la indignidad, limpiar el polvo en su ropa y seguir el camino con altura.