La biblioteca de mi tía sí tiene un cuarto especial en la casa de la abuelita; y dos muebles hechos exprofeso: uno empotrado en la pared, y una vitrina que hizo mi tío. Hace tiempo, hubo también una cama, en la que solía acostarme por las tardes, todos los sábados, a leer; leer; y leer.
¿Qué leía? Mientras estuve chiquita, los libros con los que crecieron mi mamá y mis tíos (pues la biblioteca de mi tía es la biblioteca de la casa): los tomos de Naricita, primero; y Lo sé todo, después. Estas enciclopedias –diseñadas especialmente para niños y adolescentes, que compartían su conocimiento bajo la forma de historias y artículos, antes que referencias- fueron mi primer gran proyecto de lectura.
Naricita, la enciclopedia de los niños, trata de temas específicos en cada tomo: astronomía, zoología, gramática e idioma, matemáticas, la industria del petróleo, etc.; pero lo hace desde los ojos de Perucho y Naricita, dos niños que visitaban todas las vacaciones a Doña Benita, su abuelita, que vivía en su hacienda acompañada por su empleada Anastasia.
No me voy a extender mucho hablando de Naricita; ya que será objeto de su propia entrada o serie de entradas (imposible menos), pues su importancia en mi infancia es sólo comparable a la de Momo: Naricita fue mi compañera de innumerables tardes de sábado, en las que me asusté con Las cacerías de Perucho, viajé al País de la Gramática, fui espectadora de circo en La Aritmética de Emilia o me emocioné ante el hallazgo de petróleo en El Pozo del Vizconde; por sólo enumerar algunos de los temas de esta enciclopedia.
En cuanto a Lo sé todo, es una enciclopedia un poco más seria, dirigida ya a los adolescentes. Trata de temas más específicos que Naricita y buscaba abarcar un rango más amplio de cultura general, incluyendo temas de sociedad y cultura. Personalmente, amaba los artículos de Historia General, y de Historia del Vestido; pues me ha parecido siempre fascinante la forma en que la moda ha evolucionado de la mano de los acontecimientos históricos. Baste decir que nuestras medias veladas actuales evolucionaron de la mano de la industria del petróleo y las guerras mundiales, y dejamos todo claro.
En la biblioteca de mi tía leí mi primer libro de adultos: una biografía de María Antonieta que llamó mi atención cuando tenía diez años; y que creo que destrocé por mi mala costumbre de esa época de no utilizar un separador de libros y –perdóname, Dios- doblar la esquina de cada página en cuanto abandonaba la lectura.
Allá también leí una edición especial del Señor de los Anillos, cuando tenía catorce años. Era propiedad de otra de mis tías, muy lectora también; y en su momento dejó a mi abuelita preocupada por la salud de mi cuello: al ser tan grueso, no podía leer acostada pues las páginas quedaban ya demasiado cerca de mi cara y me forzaban la vista; y al ser tan pesado, no podía tampoco sentarme y sostenerlo delante de mí. La única solución, pues, era leer sentada, con el cuello doblado perpendicularmente al cuerpo, quedando la cabeza directamente enfrente de las páginas del libro.
Esta biblioteca fue un lugar mágico de mi infancia; pues en ella encontré refugio, diversión y un espacio para mí en las muchísimas tardes de sábado que dediqué a leer.
OHHHHH!! TUS RECUERDOS DE LOS LIBROS DE INFANCIA SE PARECEN A LOS MIOS ! ADORABA NARICITA, PERUCHO Y ANASTASIA! Y DE LO SE TODO, AMABA LEER MITOLOGIA Y LEYENDAS!!! Y LA BIBLIA!
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