El Año de la Muerte de Ricardo Reis es el libro más Saramaguero de todos; y no lo digo yo, que soy una simple aficionada a Saramago. La afirmación viene del propio escritor, que dijo acerca de su obra:
“Es el libro que más me gusta, aquel que está más dentro de mí”
No obstante, como admito que me pasa con los libros de Saramago (y que, creo, tiene su origen en que mantengo la cabeza muy caliente), es necesario adecuar y serenar la cabeza para la lectura. El escritor maneja unos tiempos muy propios para desarrollar acciones; y es necesario adaptarse a su velocidad para comenzar a disfrutar del “paisaje”: los giros de la trama, los elementos mágicos que se entretejen en ella, las conversaciones (donde reside mucha de la magia de Saramago), los detalles de la vida tan cotidianos que habitualmente se nos escapan (y que para él son oro); y el registro del paso de los días y del tiempo, que es otra de las delicias de leer sus libros.
Lisboa surge casi como una protagonista. Saramago describe las calles, las intersecciones y los muelles con un detalle que sólo proporciona la nostalgia. Nostalgia de la que parece empapado el libro, y el propio Ricardo Reis, que vuelve a su país de origen en un rapto nostálgico, cuando se entera de la muerte de Pessoa, a quien conoció.
Precisamente, encontré hermosa su afirmación que decía que “la gente muerta tardaba alrededor de 8 ó 9 meses en terminar de irse, para equilibrar el tiempo de la gestación”; y también aquello de que Ricardo Reis pudiera ver y abrazar al fantasma del escritor. En primer lugar, es hermoso pensar cómo Saramago equipara el tránsito hacia la muerte como una gestación en reversa. En segundo lugar, con ese gesto de abrazar al fantasma, Saramago da sustancia a uno de los deseos más humanos que existen: poder volver a abrazar a aquellos que ya no están con nosotros. Abrazar los recuerdos y abrazar la nostalgia.
También me encanta que Pessoa sea otro de los personajes. El gran escritor portugués tiene unas conversaciones memorables con Reis, logrando sacar a flote su lado más humano; o tal vez, dada la naturaleza flemática del doctor, su lado más animal. Puede ser que el fantasma del escritor represente un alter ego de Reis (o viceversa, ya que Ricardo Reis fue un seudónimo de Pessoa) con el cual el autor dé licencia al protagonista para emitir sentencias y pensamientos sin (auto)censura de ningún tipo. Las alusiones a la obra de Pessoa son frecuentes; es como una especie de mensaje dentro del mensaje: Saramago transmite así al lector sus sentimientos por la obra del que es considerado el escritor portugués por antonomasia, influencia de todos los demás que vinieron después, Saramago incluido.
Otra presencia memorable relacionada con Pessoa fue el Adamantor. El monstruo tiene una estatua en el parque adonde mira la casa que habita Ricardo Reis. Bajo su mirada, tiene su primera cita con Marcenda, y cerca de él se complace en la observación del parque y de dos ancianos que lo frecuentan.
Las mujeres son otro tema fundamental de este libro. Marcenda y Lidia; dos caras de la misma moneda, o tal vez de la misma mujer. Marcenda representa la cara inocente del femenino: la que se protege, la que se cuida, la que se cura; pues el nervio de su mano está dañado y no puede moverla. Lidia, por otro lado, representa el lado más animal de la mujer: es la lujuria, la pasión…y al mismo tiempo la abnegación presente en las mujeres. Marcenda, hija de un notario de Coimbra, es la mujer con la que charla en el día; Lidia (primero una camarera en el hotel donde llega Ricardo Reis al llegar a Lisboa, y luego una visitante usual en su casa) es la mujer que visita su cama por las noches y asea su casa en sus días libres.
Detestable pero en modo alguno extraordinario, supongo. Saramago nos muestra con crudeza una de las facetas de la naturaleza masculina: las omnipresentes necesidades de los hombres; presentes incluso en alguien tan retraído y alienado como Ricardo Reis. Muestra así el autor cómo ciertas necesidades nos igualan; y cómo nos recuerdan que somos simplemente humanos.
El libro, como todos los de Saramago, es para leer con calma; para reflexionar sobre su mensaje y sobre las palabras que escoge Saramago para describir las situaciones y tejer la trama de la novela. Ejercicio delicioso en tanto que Saramago es un maestro del lenguaje, y es un placer seguir con detalle las historias que urde con delicadeza
Nunca he leído a Saramago, pero estoy convencido de que se merece una oportunidad. Muy buena reseña.
Saramago a primera vista puede no ser fácil de leer; pero un acercamiento con calma definitivamente vale la pena!