A veces he sentido como que algunas personas en mi entorno me ven como una especie de autócrata. También sé de algunas personas cercanas (muy cercanas) a mí que lo han insinuado, más o menos abiertamente, hasta el punto de decir que soy (oh, pavor!) Mandona. El problema es que creo que lo soy. Por lo menos, sobre mi propia vida, creo que no soy mandona sino que soy la Jefe. Atribuyo a esa divergencia de opiniones la raíz del problema.
Me gusta escuchar sugerencias y propuestas, pero creo que la decisión final es mía y sólo mía; ya que seré yo quien plante cara a las consecuencias que traiga una determinada acción a futuro. Por eso creo que es supremamente valioso rodearse de personas a las cuales pedirles un consejo cuando asalte la duda o que den su punto de vista honesto acerca de las decisiones que les presente: procuro rodearme de personas que me puedan dar su consejo y recurro a ellas. Sin embargo, también tengo claro que pedir consejos sobre decisiones que recaen exclusivamente en mí en modo alguno es una razón para la inacción. Los consejos son de otros; la ejecución es mía.
Creo firmemente en tomar decisiones meditadas e informadas, que tienen en cuenta el mayor número de variables y variantes posible; y creo todavía más en las decisiones que se pueden tomar sin titubear y con la tranquilidad de que ese es el camino correcto para seguir hasta el final.
Ahora que lo pienso, las mejores decisiones de mi vida han sido tomadas así; y han sido tomadas plena y cabalmente por mí. Estudiar mi carrera fue una decisión de una milésima de segundo: de repente, vi todo el panorama claro, y me di cuenta de que ese era mi camino. Comprar mi primer carro también: algunas sumas, algunas restas y estaba firmando papeles de compra y separando el carro ese mismo día. Y para comprar mi apartamento necesité una servilleta que se había quedado sin usar en el desayuno de sábado de los vendedores, hacer de nuevo algunas sumas y restas; y para el martes de la semana siguiente, estaba firmando la promesa de compraventa y comenzando las gestiones y el papeleo de compra. Son situaciones en las que he medido el riesgo y he calculado que valía la pena correrlo (y correrlo de una vez), porque sería a largo plazo mejor.
Todo esto me lleva a pensar que la gente confunde ser decidida o tener un carácter fuerte con ser mandona. Una confusión que, ya que estamos, suele ser fatal para las mujeres; pues de alguna manera se les corta las alas para continuar con esa perenne (y perniciosa) asociación de nuestro género exclusivamente con la belleza y la delicadeza. Las mujeres somos delicadas; pero lo primero no excluye la firmeza en la toma de decisiones ni, por lo mismo, nos hace menos femeninas:

Una pequeña reflexión acerca de esta campaña, a la que me adhiero. Traducción: “Mandona” contiene a las niñas. Es dos veces más probable que las niñas se preocupen porque ejercer roles de liderazgo las haga parecer “mandonas”, frente a la probabilidad de los niños.
Supongo que por eso es que no comprendo la indecisión en las personas. Si sienten que la tienen clara, ¿por qué titubean? ¿Por qué sienten que todo el mundo tiene que opinar? Si todo ha sido estudiado, está claro y la estructura y la caja están en su lugar, ¿qué confirmación falta?
Ahora, puede ser que yo tome decisiones con la ligereza de la juventud; mientras que quienes duden lo atribuyan al método y a la experiencia; pero no sé: no por ser más ágil siento que mis cálculos sean menos precisos, ni mis resultados más inesperados. Generalmente, de hecho, mis cálculos han sido estables y han rendido los resultados esperados en el tiempo estipulado. No entiendo entonces…¿será que va en cada quién, sin tener en cuenta edad o género?
Me adhiero a tu comentario, es mejor pasar por mandona que por indecisa, además si dejas que otros decidan por tí, terminarás tu vida manejada por el resto, y tenemos un “Malignop” ejemplo muy cercano 🙂
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