Si están en mi rango de edad y en una localización geográfica similar a la mía, recordarán el comercial de Galletas Mini Chips en los años noventa que decía “muchas no son tantas”. Más allá de una invitación a consumir harina dulce empaquetada (que es lo que fue en su momento), el comercial se hace la pregunta filosófica de si “mucho es realmente tanto”; es decir: cuál es el límite de lo bueno.
Más allá de los rendimientos decrecientes o las fronteras eficientes en la economía y las finanzas, encuentro que es una pregunta muy pertinente con relación a los asesores corporativos. El solomito, para más de un Gerente despalomado; consejeros, para la mayoría de ellos. ¿Cuántos son suficientes? ¿Qué hacer cuando se chocan unos con otros?
No tengo una respuesta para estas preguntas. Y creo que quien las pretenda resolver está abarcando mucho, pues para ellas hay tantas respuestas como personas y compañías. Es innegable que una consultoría a tiempo genera valor pues puede ver la situación de la empresa desde otro ángulo; o pensar una solución creativa o ingeniosa mientras las demás áreas se enfocan en mantener la operación de la empresa andando.
Hay casos, sin embargo, donde los asesores presentan propuestas que están desligadas del contexto, la realidad, los valores o los marcos conceptuales de una empresa. Esas propuestas nacen muertas; pues su implementación se convierte en una tarea titánica que, generalmente, puede ser mal socializada. La gente siente entonces que está yendo contra sí misma; y se comienzan a configurar problemas en la gestión del cambio y errores en la implementación de soluciones que, a la larga derivan en problemas.
Frente a estos dilemas, prima el criterio. Criterio de los asesores, pues una solución no sirve para todos los casos: hay poderosas variables subyacentes a la realidad de las empresas, y suelen variar entre una y otra. Y criterio, sobre todo, de los ejecutivos. Ellos son quienes toman las decisiones y están en el deber de evaluar las posibles soluciones con el prisma de los principios en los que se apoyan sus organizaciones, y el futuro que quieren para ellas.
Creo que no son los asesores los equivocados, son los directivos de las empresas, que agachan la cabeza a todo lo que diga el asesor, (máxime si éste es el de moda) aun cuando la propuesta vaya en contra de los valores, cultura y realidad de las empresas. El asesor es un simple consejero, sano, pues está mirando desde fuera algo que probablemente estando dentro, no se ve. Pero el hecho de pagarlo y creer en su conocimiento y experiencia no puede implicar la implementación de sus consejos a ciegas. Creo que esto lo han hecho muchas de nuestras empresas y cuando han abierto los ojos, ya el mal ha lacerado sus empleados, clientes y proveedores.
Muy cierto! El valor agregado lo da el criterio, para saber si seguir o no el consejo que le están dando.