Viajar con lectores (de los que leen –leemos- libro analógico) es resignarse a que hay un compañero de viaje adicional, que no contribuye a las cuotas ni paga pasaje u hotel; pero siempre pide peso en las maletas, que van a estar siempre un poco más pesadas y con menos espacio para empacar ropa, compras y regalos.
(Para la muestra, mi maleta en mis vacaciones del año pasado)
Viajar con lectores implica tener mucha paciencia y comprensión. En los tiempos muertos (en el aeropuerto, en la playa, en las esperas de trenes y buses), no tendrán problema en sumergir la nariz en su lectura favorita o en su libro del momento. Y no sólo en ellos; también en las primeras horas de la mañana y las últimas de la noche, veremos a los amigos de papel de nuestros lectores salir de nuevo a la palestra, para darle ese toquecito final (o inicial) al día del lector: sea la calma de leer con un jugo de naranja y vistas a la piscina; o leer metido en la cama, con la luz de la mesa de noche, después de haber revisado el itinerario para el día siguiente.
Los lectores también leemos para preparar nuestros viajes. Muchas veces, hacemos una lista de lectura antes de un viaje especial que nos ayuda a profundizar ciertos aspectos de nuestro itinerario; o a conocer mejor las circunstancias particulares de cada uno de los sitios a los que viajamos. Es, de alguna manera, un viaje antes del viaje pues, como diría Miguel de Cervantes:
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”