En el mundo laboral existe algo de autocensura, no nos digamos mentiras: por diplomacia de oficina, por delicadeza o por simple auto preservación, algunas veces podemos evitar decir las cosas como son. Pero también existen comportamientos que, siendo honestos, parecen laboralmente suicidas; y el principal es hablar mal del trabajo en público.
Los millennial –entre cuya camada me incluyo- podemos ser más propensos a este mal. Por imprudencia; por ingenuidad de juventud; por confiar demasiado en las redes sociales; porque nos sentimos faltos de atención (que es un problema para muchas personas de mi edad); por la razón que sea, adolecemos de este mal. Y nos ha costado caro.
Ejemplos de personas despedidas por un tweet o un estado de Facebook fuera de lugar (de los que incluso he visto ejemplos en las redes sociales locales) abundan en internet. Sólo hagan esta consulta y verán que Google arroja la nada despreciable cifra de 4,920.000 de resultados con historias acerca del tema. Sin embargo, más allá de las risas o el pesar que nos susciten o no nuestras desventuras en Internet, tengo una pregunta: ¿qué lleva a las personas a hablar mal de su trabajo, o a decir que lo hacen porque les toca?
Esa es una pregunta que siempre me he hecho. ¿Cuánto tienes que odiar tu trabajo, como para que cometas la imprudencia de hablar de él en un medio que cualquier persona incluso (y sobre todo) tu jefe puede leer?