Han sido días duros, mis queridos. O bueno, no duros; sí, de mucho trabajo. Se suceden las reuniones y las tareas; hasta el punto de que me ha quedado difícil ir a almorzar, como acostumbro. Estoy llegando antes de las 7.00 a.m. a la oficina; y me voy doce horas después. Llego a casa, generalmente, a leer, estar con mi familia y dormir. Y suelo soñar con hojas de Excel y reuniones con abogados.

Sin embargo, no me quiero quejar de esto hoy; por el contrario: si bien el ritmo ha sido fuerte, no se ha tratado en modo alguno de carpintería. Han sido días fascinantes, pues hemos estado abordando problemas complejos en la oficina; y he sentido que buscar la respuesta a estas preguntas, a veces apoyando y a veces halando, me ha hecho crecer un poquito como profesional. Con seguridad, puedo decir que soy distinta frente a la profesional que era en enero.

Sin embargo, aprovecho el agite de estos días y llamo la atención sobre otro tema, que es el de la duda. Esa duda que nos hace perder el impulso y, no pocas veces, la confianza. Que puede llegar a ser paralizante; y que nos lleva a sentirnos (no pocas veces) incapaces de acometer con nuestras tareas. Yo misma, sin ir más lejos, siento algunos días que soy la mujer más capaz del mundo, que estoy encima de todo; mientras que otros, siento que mis jefes contrataron a la mujer más incapaz de la ciudad y, de manera suicida, decidieron confiar en ella.

Pero, muy adentro, una parte de mí llama a la cordura. Esa parte racional sabe que no soy ni la una ni la otra: no soy una bruta que vive como un carrito chocón; pero tampoco soy una mente genial esperando el momento para dar su próximo golpe maestro. Como todas las personas, soy una obra en proceso; tengo días buenos y días malos; y, por supuesto, no soy tan suicida de tomar decisiones sin tener en cuenta varios procedimientos o condiciones previas: concepto de mis jefes, revisiones con abogados y contadores, análisis de impactos -legal, financiero, administrativo- sobre la oficina, etc.

Conozco casos en los que se desencadenan crisis de ansiedad. Recomiendo, si esto ocurre y puede detectarse a tiempo, buscar ayuda profesional como primera medida. Nadie sabe lo de nadie; y nadie es tan brillante como para no haber requerido algo de guía y de apoyo en un momento de fragilidad. Así que quítense el tabú, que buscar ayuda está perfectamente bien. Lo que no está es sufrir y no buscarla.

Y como segunda medida, procurar cultivar la confianza: confianza en nuestros jefes, que nos escogieron y por algo fue; confianza en los procesos que desarrollamos; confianza en las instituciones y las redes de apoyo (HR, coaches, asesores) que nos proporcionan. El objetivo de todos en una organización es su permanencia; precisamente por eso, estas redes de apoyo no nos van a dejar tomar un paso en falso.

22 Mar This entry was published on March 22, 2019 at 9:00 am and is filed under Reflexiones Financieras, Vida oficinera. Bookmark the permalink. Follow any comments here with the RSS feed for this post.