Hoy fue nuestro último día en Barcelona. Teníamos varios planes de los cuales elegir entre el tintero:
Ir al recinto modernista del Hospital Sant Pau, una pequeña joya sugerida por mi amigo H la noche anterior.
Ir al Tibidabo
Subir al teleférico de Montjuic, para hacer las paradas de los jardines
Entrar a la Casa Batllo
Ir a la Ciutadella
Conocer el Arco del Triunfo de Catalunya
Ir a la Barceloneta
Con ver las caras que me hicieron cuando les reseñé las opciones disponibles, nos decantamos por las últimas tres, que resultaron ser las mejores: nos fuimos caminando relajados por el Born hasta que llegamos al Arco del Triunfo, done vimos pura vida ciudadana en ese domingo: artistas callejeros, gente en familia, músicos cantando…caminamos hasta el Arco del Triunfo, y nos devolvimos para buscar el Parque de la Ciutadella.


Otra maravilla ocurrió en la Ciutadella: ¡Barcelona es una ciudad que baila! Lo primero que vimos al entrar fue una cuadrilla de personas bailando country (varios de ellos vestidos incluso como vaqueros), que vimos un rato. Luego caminamos un poco más por los jardines, y nos encontramos un quiosko con personas bailando baile de salón. Liego subimos el cercano monumento de las cascadas, donde encontramos lo siguiente: en un lado de las escaleras, bachata. En el otro, salsa. Y arriba de todo, en un pabellón sin techo que parecía sacado de un sueño, y en el que sólo se veía el azul del cielo, parejas bailando tango mientras un perrito esperaba, atento, a ver cuál de los bailarines pateaba la botella vacía con la que estaba jugando para irla a buscar. De locos, simplemente de locos.





Ese baile, ese cielo azul, esos colores…me sentí en casa, de alguna loca manera. Y, si antes tenía una historia de amor con Madrid, ahora puedo decir que también la tengo con Barcelona, la ciudad que baila en medio del invierno.
Nos tomamos un café y descansamos en una cafetería cercana, y de ahí nos fuimos a conocer La Barceloneta, la playa de la ciudad. Cantando mentalmente “Mediterráneo”, caminamos un rato más rumbo al mar.
Me sorprendió ver la playa y el agua tan limpias. La playa tan tranquila. La gente disfrutando del ambiente, del deporte, del sol (así no se metieran al agua que, calculo, debía estar helada) y de la compañía. Caminamos por la playa y fuimos hasta los espolones; pero ya era hora de irnos devolviendo para buscar las maletas e irnos al Prat. Así que caminamos de regreso hacia el Port Vell, rehaciendo los pasos del primer día, almorzamos en uno de los restaurantes que quedan al comienzo de la Rambla, subimos por ahí y llegamos al Hostal, de donde tomamos un taxi para volver a Madrid.
Para mí, la aventura estaba concluida pues al día siguiente debía volver a Bruselas a estudiar. Mi papá y hermano todavía se quedan unos días más en Madrid.
Delicia total! Si entraron al mercado La Boquería?
Sí, entramos 😊