Hace poco, estaba hablando con alguien y me decía que no le gustaba recomendar libros. Sentía que imponía algo a quien preguntaba, como una especie de obligación tácita. Y que además, con su recomendación podría sesgar al interlocutor y obviar
Difiero.
Comprendo que cada quien habla de la feria según como le va (lo que produce el sesgo que, finalmente, lleva a la recomendación), y que algunas recomendaciones pueden haber caído en malos oídos o haber llevado a compras poco satisgactorias. Pero parte de conformar una comunidad de personas, sea o no de lectura (es decir, un equipo de trabajo, un grupo de amigos, o uno de estudio) es conocer y reconocer las características humanas de quien hace la recomendación y, por eso, acudir a ellos. Mejor dicho, en lenguaje directo: si saben cómo soy, ¿para qué me preguntan?
Para mí, recomendar un libro proviene de conocer, de parte y parte, los gustos o los temas que puedan resultar novedosos o llamativos para algún tipo determinado de lector. A mí me gusta -me encanta- recomendar libros y hablar de ellos. Para mí, en ningún momento estoy haciendo una imposición. Estoy compartiendo una experiencia de lectura, como cuando en el trabajo uno comparte experiencias simiilares con sus colegas. Porque compartir lecturas es como compartir experiencias de viaje y de vida, pues leer es -como esas dos actividades, algo que nos hace a todos más humanos.