No creo que lo ignoren, pero soy fan de Ildefonso Falcones. Me gusta mucho el ritmo con el que escribe sus historias, y la forma en que sumerge al lector en ellas por medio de las descripciones de paisajes, personajes y costumbres. Y, si bien tengo todavía pendiente leer “El pintor de Almas“, que me habría caído perfecta para cuando estuve en Barcelona a principios de año, no pude resistirme más bien a comprar su última obra, “Esclava de la Libertad”.

Falcones nos lleva a un cruce permanente del océano, entre la Cuba de los momentos previos a su independencia, y la España actual, pero el libro en ningún momento se hace pesado de seguir. Con sus palabras, el autor nos demuestra que los vínculos entre el mundo material y espiritual no son tan tenues como a veces creemos en esta época, y que el ayer sigue pesando sobre el mundo de hoy. En la historia se ve cómo, a pesar de la tecnología y la meritocracia, algunos seres humanos llevan aún cadenas que no se ven, mientras que otros siguen unas luchas que son kármicas en el nombre de la libertad.
Confieso que este libro lo leí en un día. Sí, no fui capaz de contenerme y leí sus 624 páginas de un solo tirón. Así es como me atrapa Falcones, así me atrapó en La Catedral del Mar, cuando ya me dolían las manos de soportar el peso del libro. Como siempre, Falcones sabe unir paisajes e historias sublimes, gestas heroicas, personajes a los que el destino encomienda una carga que a veces nos hace temer que los destroce y profunda humanidad, dejándonos al final el sabor agridulce de haber presenciado un momento estelar de la humanidad (kudos, Hobsbawm) por interpuesta persona.
Los dejo con una muestra del libro, compartida por Penguin:
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